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sábado, 7 de septiembre de 2013

Until we die.

No hay mayor profesor que lo vivido, y he aprendido que la peor ceguera no es la de quien no quiere ver. La peor ceguera es la del traicionado que se obliga a sonreir y se niega las lágrimas más merecidas, la de quien ha arriesgado hasta morir, ha muerto y sigue creyendo que está vivo. La de quien vé color en el gris y gris en el gris; la peor ceguera está en los ojos de las mentes mejor educadas, en las miradas más inexpresivas cautivas de sentimientos incorrectos. Sentimientos incorrectos; ¿quien juzga lo correcto de lo que se siente? ¿quien dicta que sensaciones son tabú? No sentir debería ser pecado, y robar las emociones, delito penado con la muerte moral, aquella que te mata en vida ya que empequeñece tu espíritu hasta reducirlo a cenizas. Los ojos que solo ven la pared cuando el golpe es inminente, las mentes celosas por miedo. No hay peores ciegos que los que cierran los ojos y hacen oídos sordos a las bombas cargadas de caricias que caen de las nubes cada día. Cada vez caen más barreras del amor y nadie tiene poder para encasillar lo correcto de los besos, ¿quien ha sido el loco que ha dado poder a los ciegos para guiar al pueblo hacia la luz? Vagamos sin rumbo hacia un destino oscuro porque todos estamos ciegos, pero en el peor de los sentidos.
Hoy sé que la peor ceguera no es la de quien no quiere ver, sino la de quien ve y no quiere creer.

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