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viernes, 27 de julio de 2012

Bajar el telón.

No me importa como suene de mal, pero siento que me voy a la mierda. Podría hacer que sonara bien, pero el verdadero significado de la frase no cambiaría. Ser fuerte no es estar siempre en la cresta de la ola, el la cima de la montaña. O quizás si. En realidad no me importa, creo que solo quiero hablar de eso para desviarme un poco del tema y no tener que decir *escribir* lo que me niego a admitir. No quiero reconocer eso que tanto me ha costado sacarme de la cabeza, no quiero dejar atrás todo el esfuerzo por creerme lo que ahora es mi filosofía de vida. Tengo la sensación de que no es verdad, de que es todo una prueba que me pongo a mi misma para saber si en realidad soy fuerte, y autoconvencerme un poco más. ¿Sabes? Hay cosas que solo uno mismo puede hacer, y esa era una de esas cosas. Mucha gente a tu alrededor puede decirte palabras de consuelo, o intentar hacerte sentir "guapa" pero es cosa tuya creértelo o no. No es una simple elección, no es decir "Sí, lo soy, acepto todo lo que todos me dicen", es mucho más que eso; es repetírtelo interiormente una y otra, y otra vez hasta llegar a aceptarlo. Y poco a poco creértelo. Tomar el control de tus lágrimas, de tus pensamientos, de todo. No se, puede que quizás este solo sea otro intento de desahogo, no lo niego, pero es que no soy capaz de reconocer que esa frase se me está viniendo encima.
Al final de todo, el ser fuerte, dicen, se basa en reconocer cada situación, aceptarla y aprender un poco. ¿No? En realidad me da igual.
He caído.


Pero me levantaré.

jueves, 26 de julio de 2012

Pero si mi boca se equivoca...

Solo dos botellas de vidrio son testigos de aquella tarde. Y llevaron el secreto a la tumba. Desde el primer segundo en el que fueron destapadas, el impecable aire que inundaba el vacío entre el líquido y el tapón, se vio contaminado por millones de pequeñas sustancias que impregnaban el ambiente aquella tarde húmeda; aquella tarde de noviembre. Llovió, los cristales se mojaron, aunque esa fue la menos de las preocupaciones. Con cada golpe, las botellas y cada gota que contenían vibraban, cada vez más cerca de la ruptura.  Cada trago vaciaba un poco más dichas botellas, haciendo que se llenaran lentamente de aire; y en el momento en el que el último trago les fue pegado, sus boquillas comenzaron a llenarse de polvo, hasta el momento de su muerte. Aquella tarde solo dos botellas de vidrio sintieron la pasión del momento, el dolor y la amargura, la felicidad, el compromiso, el dolor, el sufrimiento. Solo dos botellas vieron caer lágrimas aquella tarde, más nunca estuvieron seguras, ya que las gotas de la lluvia las confundían.

Y cuando todo hubo pasado, nadie más supo que pasó aquella tarde, excepto aquellas dos botellas. Cuando todo hubo terminado, el secreto quedó impregnado en aquel aire, aire que viajó cuando la ventana fue abierta, aire que sigue viajando y transportando el secreto que aquellas dos botellas condenaron al olvido cuando cayeron al suelo y se rompieron en mil pedazos cada una.

jueves, 19 de julio de 2012

Paraíso imaginario.

Cuando entras, a tu derecha encuentras un gran cuadro del famoso beso de los años 20', en medio de la Revolución. Debajo, una mesita que llega hasta poco menos de la mitad de la pared, compuesta de dos "plantas"; en la parte de arriba hay un cuenco rojo con adornos negros, como una mariquita de las de cuento, en el que hay varios juegos de llaves y numerosos llaveros. Grandes, pequeños y coloridos, de todo tipo, cada uno con su llave. También montones de llaves sin llavero. No hay un orden, están tal cual las han dejado. Al lado de este hay una vela con olor a vainilla, encima de un posavasos; y a la derecha de esta, hay varios papeles importantes, algunos con un par de 'Post-it' con notas que recordar. En la parte de abajo de la mesita hay una foto hecha desde el London Eye, y a su derecha, un elefante de cristal. La mesa es de madera clara, con las columnas que unen ambos pisos en color negro. A la derecha de la mesa hay un paragüero de color negro, sencillo, en el que hay tres paraguas: Uno más elegante, otro de mano y el tercero que casi nunca ha sido usado, de tela de color blanco. En la otra pared, la que encuentras a tu izquierda cuando entras, hay un gran espejo que llega desde el suelo hasta el techo, de unos cuatro o cinco palmos de ancho. Al lado de este espejo se encuentra la puerta que da a una gran habitación en la cual se encuentran el salón y la cocina, comunicados y únicamente separados por media pared. Una vez que te apoyas en el marco de esta segunda puerta, la cual es corredera, a tu izquierda y pegado a la esquina está el frigorífico, al lado del cual se suceden una hilera de armarios apoyados en el suelo, los cuales tienen una superficie de mármol encima. En el armario que hace tres, en lugar de una losa de mármol entera, hay un fregadero; y en el que hace cuatro, una superficie de aluminio con un objeto de plástico diseñado para poner los platos y cubiertos a secar. En la pared en la cual está pegada este armario hay varios clavos en los cuales hay colgados trapos de manos y debajo de los cuales se encuentra el recipiente con el estropajo y el bote de friegaplatos. Dichos armarios siguen hasta cubrir toda esa pared, y una vez han llegado a la esquina, en la cual está el microondas y en dónde en dicho armario se encuentra el cubo de basura, los armarios tuercen a la derecha, y tras tres armarios, vuelven a girar a la derecha, dónde empieza una mesa que ocupa el espacio similar a tres armarios y medio. El resultado de esta forma es un rectángulo del cual uno de sus lados anchos está a medio, y, en efecto, este lado es el que ocupa la mesa, debajo de la cual se encuentran dos taburetes altos.  Encima de casi todos los armarios hay más armarios colgados en la pared en los cuales se guardan la vajilla y ciertos alimentos. Uno de los armarios de suelo, en lugar de eso, está ocupado por un horno. A la derecha del lado pequeño y completo del rectángulo, el formado por los tres armarios, hay unas cristaleras que se abren para dar paso a un pequeño balcón. Al salir, puedes respirar la olor a petunias y margaritas, ya que hay unos pequeños parterres en los barrotes y una regadera al lado de estos; en el otro lado del balcón hay una silla de madera y una mesa muy pequeña, lo justo para que quepa un cuaderno. Si sigues mirando a la derecha en esa pared, al lado de las cristaleras, hay una pared que cruza media habitación sin llegar a dividirla en dos, creando una especie de "C" acostada y recta. A la derecha de esta, la pared pasa de ser amarillo vainilla a ser de ladrillo, hasta la esquina más cercana. Pegado a dicha pared, hay un sofá rojo, no muy alto, bajo más bien, con dos almohadones. Encima de este, a mitad de altura de la pared, enganchadas a clavos, unas luces blancas forman la palabra "California", con letras clásicas, sin perfeccionar. Al lado del sofá, a la derecha más bien, hay una esquina, y la pared gira hacia la derecha; siendo esta última pared nombrada la que se encuentra en frente de la que componen el frigorífico y los armarios. En esta hay una ventana que ocupa tres cuartos totales de la pared, teniendo su parte más alta en el techo. Tiene una gran repisa en la que perfectamente te puedes sentar; los cristales tienen una cerradura antigua, con las de pasadores. En la parte de arriba de la ventana hay una gran barra que va desde ambos extremos, y de la cual cuelgan varias anillas dónde va enganchada una cortina roja, del mismo tono que el sofá. En la pared de enfrente del sofá, la que llega hasta la puerta en la cual estás apoyado, cerrando el rectángulo que es la habitación, hay un gran mueble con un hueco central en el que hay una tele, y varios huecos más pequeños alrededor en los que hay fotos en sus respectivos marcos, y cajas con todo tipo de objetos. También hay algunos libros, solo los mejores, y algunas películas, pero estos se encuentran en los cajones que hay debajo del hueco grande de la tele. Tras haber visto todo esto, si te giras y avanzas por el pequeño pasillo que hay, nada más entrar si sigues recto, encuentras tres puertas a la derecha. Tras la primera encuentras un cuarto de baño con forma rectángular, básico. A la derecha un lavabo sobre un armario, en la pared un espejo con tres lamparitas pequeñas encima; al fondo una bañera, con unas cortinas con estampado de los edificios de Nueva York, y en cuyo interior, los geles, champúes y mascarillas están colocados en baldas; un váter en la pared de la izquierda,  y más cercano a la puerta un videt. En el armario del lavabo hay cremas, tallas limpias, un neceser con pinturas y más accesorios que una mujer necesita, y a la derecha de este, sobresale un palo de hierro curvado sobre el que colgar la toalla de manos.  La siguiente puerta da a un dormitorio con una gran ventana al fondo, al lado de una cama de matrimonio bajita. Justo al lado de esta, y pegada a la esquina, hay una mesita de noche de madera clara, con tres cajones y una lamparita con un libro y unas gafas en la superficie. La cama tiene un cabezal de color negro, y la pared delante de la cual se encuentra es blanca con adornos negros psicodélicos. En la esquina de la ventana, en la pared contigua hay una gran armario con 4 puertas, es decir, dividido en dos partes. En la que está más pegada a la ventana hay ropa de todo tipo, doblada, colgada; y la otra parte está llena de zapatos, bolsos y más complementos. Al lado del armario y para terminar de ocupar la pared hay un espejo hasta el techo, perfecto para mirarse. En la pared de enfrente a esta hay una cómoda sobre la cual hay colgado un cuadro de los años 80', al más puro estilo hippie y alocado. Al lado derecho de la puerta hay un perchero con varios pijamas colgados y algunas batas. Las tres paredes restantes son de color blanco, lisas y sin ningún estampado. La habitación restante es un despacho: cuando entras, lo primero que ves es una gran ventana alargada que ocupa casi toda la pared, dejando unos huecos a ambos lados, y debajo de esta un escritorio de madera con sus cajones y una silla. Encima de dicha mesa hay un ordenador y un par de revistas abiertas. En una de las paredes hay una gran estantería que llega hasta el techo con libros y películas, de madera clara. El resto de pared que no está ocupada por ningún objeto está empapelada con fotos, posters, recortes. Fotos de viajes, con amigos, recuerdos; Recortes de revistas de grupos, paisajes, ropa, zapatos. Todo. Cada trozo de papel significa algo. Cuando entras a esa habitación, la sensación de agobio es inmediata; es como si alguien emergiera de la nada y comenzara a hablarte sobre todos sus gustos, sus experiencias, sobre como es. Como si esa persona imaginaria no te dejara hablar porque podría pasarse horas y horas hablándote sobre si misma. Asi es esa habitación, una habitación que habla, habla por los codos, sin parar, sin dejarte a penas respirar. Como la dueña de la casa.

viernes, 6 de julio de 2012

Claro y conciso.

Hace unas semanas decía que no es que estuviera en la parte alta de la montaña. Y dije eso porque , en realidad, no sabía muy bien dónde estaba. Sabía que "no estaba en la parte alta de la montaña rusa" simplemente porque sabía que no iba a volver a bajar. Sabía que era un cambio, peor no sabía dónde estaba, solo dónde "no estaba". Ahora, puedo decir que me he bajado. Ya no volveré a estar arriba o abajo en "esa" montaña rusa. No por eso. Ya no hay príncipes. Ni montañas rusas. No quisiste cuando pudiste; no podrás cuando quieras.