.

.

viernes, 25 de julio de 2014

Crónicas de madurez III: "Let me be clear"

Sinceramente cada vez entiendo menos a las personas. Somos seres motivados por la muerte, y eso es lo que más nos hunde. Nos acostamos cada noche con la certeza de que podría ser el último anochecer que vemos, pero no malgastamos nuestras posibles últimas horas llorando. Podríamos pasar el día entero llorando, de hecho, pero preferimos olvidarnos de la dama de negro y vivir como si nos fuera la vida en ello. Ciertamente, y para ser exactos, sí que nos va la vida en ello; en pequeños compromisos y pequeñas tareas que no van más allá de nuestra persona. Implicamos a otras almas pero siempre confiamos, y con cada palabra que decimos nos hacemos más débiles. ¿Qué se espera de una persona? Yo te lo diré, se espera que viva, pero cada vez hay más muertos en las calles que en los cementerios.
Adoro la rutina. Me come las entrañas y a la vez me mantiene viva. Mi tiempo lo administro yo, no necesito agentes personales sin contrato que me ordenen las tareas; yo sola puedo meterme cien cosas en un periodo determinado de tiempo, y hacerlo. Soy persona, y me muevo, como todos, sin un fin, con millones de objetivos. Ser feliz no debería ser el objetivo de nadie, más bien una motivación. Me rodeo de personas que, como yo, sacan 25 horas del día; me rodeo de mentes increíblemente grandes, unas más aprovechadas que otras. Me rodeo de personas a las que cada vez entiendo menos. No entiendo por qué son como son, por qué actúan como actúan; no entiendo que les mueve a ellos; por qué no lloran por las noches. Por que no adoran a un dios o a otro. Tampoco entiendo a los dioses a los que la gente venera, grandes entes con el poder de dirigir los hilos mundiales con un sentido algo desfigurado de la justicia. No entiendo qué son, ni por qué son. Yo soy porque quiero ser, si no quisiera ser solo tendría que saltar, o pinchar, o cortar; y dejaría de ser, y de existir, y de todo lo que se te ocurra. Pensar es nuestra bendición, nuestro don, pero es la peor maldición cuando explota. No entiendo a los genios, ni a los filósofos, ni a los artistas ni a la gente común. No entiendo cómo los primeros piensan como piensan, cómo los segundos dicen lo que dicen, cómo los terceros hacen lo que hacen ni cómo los últimos viven como viven. Por no entender, ni a mi me entiendo. No comprendo cómo un día se coge un boli y se empieza a escribir, ni cómo se sacan las palabras del saco que es la mente.
No me entiendo, no te entiendo.
No me quiero entender, ni tampoco me interesa entenderte.
No intentes entenderme

lunes, 21 de julio de 2014

Cuando crecí dejé de sentir de forma pura y empecé a mancharlo todo de confusión. La asquerosa daga de la duda me perfora el pecho sin hacerme daño. La verdad es que a penas la noto diariamente, pero cuando llama el alma y suena la alarma de "siento un poco" me desangro. Me duele no saberlo, me mata no pararlo; pero ¿cómo se para algo que no se controla? Ni la voz le puede, y eso que es lo más potente. No sé qué hace falta, qué falla, pero algo es, y como no pare ya voy a hacer una locura, voy a declarar una invasión al lado oscuro del pensamiento.

miércoles, 16 de julio de 2014

"Y mañana vendré con un cigarro a la cama"

Me autodeclaro la guerra. La parte fuerte e independentista de mí se revela contra la que quiere abrirse y saltar. Esto no pinta nada bien, para qué me voy a engañar, pero no puedo simplemente 'no enamorarme'. La bandera blanca la tienen escondida los dos, y no parece que ninguno vaya a sacarla, no se ve el fin de esta guerra civil. El alma se alegra, porque oir cosas bonitas y sentir sensaciones que creía que no existían es placentero, pero siempre está el lado que me repite (me grita, cada noche me grita) que nadie debería tener ese control sobre mí.

«¿Y tú que quieres hacer?
¿Yo?
Calarme hasta los huesos»

martes, 1 de julio de 2014

Estás loco. Has perdido la cabeza, la sesera, la sustancia que movías cuando me cautivabas con tus palabras. Has perdido la capacidad. Hace mucho que dejaste de volverme loca con cada sílaba que hilvanabas con tus labios, o tus puños, pero ahora has perdido la cohesión, el sentido, has perdido tu jodida esencia. Solías caracterizarte por un estilo duro, suave en términos pero claro en finalidad: tenías un propósito y lo lograbas cada vez que te sentabas frente a un papel. Podías hacer al mundo bailar a tu son, o al menos lo habrías hecho si te hubieras mostrado ta y como te mostrabas cuando estabas conmigo. La verdad es que ahora da igual, pero me preocupa ver que has perdido el norte, el sur, y hasta la aguja y el imán de la brújula vital; no te queda nada. Ese es tu problema, siempre lo ha sido, solo permíteme ser quien lo explique.
Siempre has tenido un enorme poder, labia. Para mí eras una persona capaz de abrirse todas las puertas del cielo, así como las del universo; una persona con sueños de grandeza. Sí, soñabas con crecer y ser eterno, ser semieterno en palabras y semieterno en actos, y unirte en una sola existencia ilimitada. Te gustaba jugar a ser dios, y en el fondo buscabas a quien te consistiera el juego sin bajarte a la tierra ni una sola vez. Pero la vida no es un juego, y cuando te da la espalda toca ponerse serio. Las palabras abren muchas puertas, pero no estamos en el cielo ni en el infierno, y a veces hay que ir un poco más allá y dejarse la piel. Tu punto débil está en que, realmente, soñabas con humo, con artes tan eternas como tu respiración, poco más bien. Flaqueabas siempre a la hora de la verdad, y ahora no te queda nada. Nada a lo que aferrarte y seguir jugando. Te conozco, aunque creas que no lo hago, te conozco casi tan bien como ella cree hacerlo, y al final tu cabeza (tan sensata a veces...) te ha dejado fuera de juego. Sé, aunque tú no quieras reconocerlo, que empiezas a ver que lo único que ella hace es seguirte la fantasía, y tú necesitas a alguien que te de caña, por decirlo de alguna manera vulgar. Podrías haber sido grande, pero al final no has crecido, o eso parece desde fuera. En tu cabeza se estaba muy agusto, pero de repente decidiste echarme a patadas, me hiciste daño, y cuando intenté volver a cogerte de las manos para repetirte que yo era incapaz de guardar rencor de ningún tipo, me empujaste y me dejaste tirada. Hace mucho que dejé de reconocerte en tus actos, pero ahora has perdido la cabeza, la capacidad de ser enorme.
Ahora eres mediocre, y, engáñate cuanto quieras, pero ya no aspiras a lo que antes. Ni a su sombra.