.

.

lunes, 25 de marzo de 2019

3: la realidad

Esta está siendo una noche difícil. Todo acto genera unas consecuencias que responden, en última instancia, a un torrente hormonal, y en esa explicación subyacen el maremoto y su causa, todo fluyendo por mis venas; conociéndome no podías esperar ningún otro tipo de explicación a la que achacar todo esto. Independientemente de la incidencia, nada está siendo raro -al menos, no tratándose de mí-.
Cuando tomamos una decisión, nuestro cerebro secreta una cantidad de dopamina capaz de hacernos sentir invencibles, poderosos, y, sobretodo, fuertes. Se crea una situación que nos convence de haber tomado la decisión adecuada y nos impulsa a seguir, sea lo que sea que signifique eso. La dopamina es lo que nos hace llevar a cabo aquello que tanto miedo nos da, y se mete en los surcos cerebrales hasta el hiocampo para susurrar cerca de los nervios auditivos que, entre todas las opciones, hemos elegido la mejor; por eso la dopamina es efímera, para separar una vida valiente de una de imprudencia. Cuando este pico cae, la noradrenalina y su prima salen a jugar, y comienzan a oscilar en torno a la línea basal de serotonina, creando una realidad paralela donde creemos que estamos seguros. En ese punto alcanzamos una situación de comodidad que se asemeja tanto a laverdad, que aceptamos que hemos alcanzado el equilibrio, y que ahí acaba el torrente, y el terremoto, y todo movimiento tectónico capaz de sacudirnos; pero la serotonina, más que efímera, es caprichosa, y no se deja seducir. Cuando se cansa de que bailen a su alrededor, comienza a ser recaptada por las neuronas secretoras, y las receptoras dejan de expresar sus receptores, y entonces la serotonina pasa a dejar de ser estímulo para bailar sola en las cavidades sinápticas; esto quiere decir que deja de hacer efecto, y cae tan bruscamente que todos los demás neurotransmisores dan igual: sin serotonina ni hay fiesta.
Creo que se me ha acabado la serotonina y lo veo todo borroso. Creía haber alcanzado el equilibrio, pero estoy en la parte baja de la trayectoria de la onda. Entiéndeme, esto era de esperar, pero esperaba que el desencadenante fuera algo más potente. Joder, estoy harta.
Y lo peor es que ni siquiera puedo encontrar la causa. 
Ha sido un fin de semana duro; y lo ha sido porque empiezo a admitir que tenías razón, y que claro que echo de menos, y que claro que echo de menos hablar contigo. No, echo de menos hacer el gilipollas contigo como llevo haciéndolo tanto tiempo, aunque eso significara volverme pequeña y alejarme de todo lo que quiero llegar a ser. Odio que tengas ese poder, y no sé cuanto voy a tardar en quitártelo; ahora mismo, ni siquiera sé si podré quitártelo.
Segundo asalto: voy a recorrer todo el cuadrilátero en busca de guerra, pero con los puños bien guardados. Estoy aprendiendo artes marciales y ahora sé cómo se espera un ataque; sé que jamás atacarías, pero defenderme de tus fantasmas crea la misma ilusion que la serotonina, me hace sentir protegida aunque la amenaza ni siquiera sea real. Porque jamás atacarías.
Espero poder volver y seguir estando lejos, y lo espero de verdad porque el tiempo es lo más subjetivo que existe, y aunque un mes sea muy poco tiempo, podría convertirse en un mundo si tengo que volver a empezar de cero.
Quiero septiembre con verano en Madrid; con verano de cardiopatías raras pero con incidencia regular. 

miércoles, 13 de marzo de 2019

2: aunque es de noche

Me gusta 
no pensar en ti 
porque así me distraigo y apenas te miro.
Te miro desde lejos y no te veo,
porque cómo iba a verte
si ya llevamos tiempo de espaldas.
¿Podrías mirarme cara a cara?
Lo verías todo.
Y entonces sé 
que serías tú 
quien dijera.
Y el punto y final se adelanta, y todo se queda a medias, en standby; siempre vivimos en standby, porque siempre hemos sido así mutuamente. 
Pero me está gustando este standby. Me gusta no acordarme de ti, y me gusta darme cuenta por las mañanas cuando ya ha pasado la noche. Me gusta esta pausa porque mis sinapsis, por primera vez en mucho tiempo, se han relajado, y, aunque pueda parecer contrario, tengo la dopamina por las nubes.
Y avanzo; en qué dirección; te lo diré cuando llegue.
It makes me feel dizzy.
C u (‘cause I always saw you).

sábado, 9 de marzo de 2019

1: either you swim or you drown

A veces me gusta escribirte como las matemáticas (¿he llegado a contarte que es mi carrera pendiente?), de una forma exacta, precisa y directa; pero en esas ocasiones el destino es más caprichoso que nunca, y siempre tengo cerca un papel. Cuando llego a este punto me invaden la vergüenza y la locura, pero también la claridad y la cordura, y escribo de una forma tan cruda que resulta revelador. Leerme en esos momentos me hace avanzar. Tengo que admitir que, cuando escribo de una forma directa, hay tanta rabia en mis metáforas que pierden su esencia, como la madera que olvida que alguna vez fue un tejido vivo y se condena al fuego; y entonces soy directa y no me ando con preámbulos. Si algún día me leyeras, posiblemente correrías. 
Pero jamas dejaría que esas palabras fueran tecleadas. Cuando ese sentimiento anida en mi estómago, crece a tal velocidad que solo las transmisiones neuronales nerviosas pueden seguirlo, y entonces mis nervios se coordinan y solo mi mano puede responder; créeme, no es que no quiera escribirlo, es que solo escribiéndolo en papel soy capaz de dejarlo salir. Si no me vaciara de vez en cuando ya habría abandonado. 
La versión que conoces de mí es tan subjetiva que no estoy segura de que se corresponda con lo que soy de verdad, pero quien me conoce sabe que solo el papel dice siempre la verdad, no matter what. Conóceme a tu forma. Imagina cómo soy. ¿Cuanto conoces? Haz una porra.
Conocer los secretos de alguien no es conocerlo, al menos no del todo.
Haz una nueva porra.
Creo que siempre me decepcionó que no supieras leerme, leer en mí; pero cómo pedirte un C2 de un idioma del que apenas posees el B1. Ya me estoy yendo otra vez, pero lo que quiero (quizá necesito) es que entiendas que lo inaccesible que hay en mí está mucho mejor así, inaccesible, de forma que no puedas decepcionarte.
Pero este no es un manifiesto doloroso. Ni siquiera de rebeldía o rencor. Este es un manifiesto de aviso y vacío, y no será el último.
3:23 am 

sábado, 2 de marzo de 2019

cocaína

Claro que siempre tendré cosas que decirte, como ese comentario que se queda entre los dientes y purga por salir; pero mis labios aprietan más fuerte.
He pasado del “te siento” al “lo siento” tan rápido que no entiendo el proceso, pero confío en mi mente -como siempre he hecho- como mi máximo poder. 
Siempre me quedaré con ganas de decirte todo lo que ya sabes, lo que está ahí, pero que hasta que no forme con palabras y le de voz, no será real. El problema es que si lo digo, no habrá vuelta atrás, pero tú seguirás y yo me quedaré clavada; es mucho más difícil de lo que parece cuando se me traba la lengua y se me atasca el cerebro y no sé qué decirte.
Habría sido mucho más fácil escribírtelo. 
Muchísimo más, con tal de no tener ese sabor a despedida. “Hasta cuándo”; hasta cuándo si ya estoy hasta el cuello. 
With the same damn hunger.

Jamás se me ocurriría decir que eres como un cancer, jamás haría tal demagogia de la ciencia, ni la usaría para tal fin. Pero sí eres como la cocaína; siempre voy a querer volver a ti, en todos los sentidos, pero sé que me acabarías consumiendo antes de que me diera cuenta. Porque yo siento fuerte, aunque sienta poco, y soy hermética, y por eso necesito que aprecies el valor de decirte a la cara -a los ojos- lo que podrías llegar a ser para mí. 
Yo siento fuerte, y eso quiere decir que si me dejo llevar no podría soportar que tú siguieras como hasta ahora, porque no es recíproco. 
Si sigo consumiendo acabaré con el sistema nervioso destrozado (sin necesidad de metáforas) y llegará un punto donde necesite más, pero no podré aumentar la dosis; y entonces me veré adicta y con el mono. Craving. ¿Y entonces qué?
Dices que puede no pasar.  
Pero lo sé.
Y yo me recompongo sola.
Pero elijo cómo me rompo.

Selfish.

Pero me moriré de ganas de habértelo dicho, de no haberme girado. De haberme quedado ahí, donde me gusta estar aunque sepa que las autoridades no puedan enterarse.

Fin del prólogo.