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jueves, 25 de julio de 2013

"Fuimos tan egoístas de pensar que algo podía pasar, que seríamos inmortales e invencibles, y egoístamente egoístas, construimos una barrera de egoísmo a nuestro alrededor de la que ahora no podemos salir. Cuando estábamos unidos de esa manera tan especial que nos unía a ti y a mí, nada más importaba. Podíamos tener encima todas las barreras que quisieran echarnos, no necesitábamos más, ¿para qué? Pero ahora, ahora que estamos separados y nos sentimos tan lejos, esta barrera nos aprieta y nos reduce el espacio hasta juntarnos a la fuerza y hacer que nos repelamos"

lunes, 8 de julio de 2013

"¡La geología no es una ciencia!"

Temen a lo que les hace daño sin tener ni idea de que las lágrimas derramadas bajan de una forma suicida hasta llegar a algún punto perdido entre sus pestañas y sus bocas. Sienten miedo por el miedo, y eso es lo más valiente que pueden hacer, porque solo los idiotas ni sienten nunca miedo por nada. Juegan con sus almas como si fueran piedras. Cuando eran pequeños, una piedra podía ser lo que ellos quisieran, desde una pelota hasta una joya o un tesoro. Ahora esa piedra solo puede cambiar por el efecto de las presiones (tanto sociales como de fluídos o de contacto) y sufrir un metamorfismo; por la erosión (de factores externos, como los atmosféricos, o internos, graves como sus conciencias) y sufrir una meteorización; o por el calor de una fuente cercana, sufriendo un magmatismo.
-Puede que al fin y al cabo la geología sí sea una ciencia amiga-
Caminan sin guión, y rotan sobre sí mismos persiguiendo sus sombras por miedo a que sean una amenaza. No son conscientes de que esas sombras son solo el reflejo de lo que han vivido y que no pueden luchar contra lo sedimentado. Jugaron en el pasado como niños, siendo niños y pensando como niños. Sus mentes eran el blanco de todos los dardos envenenados con los prejuicios y ahora, mientras algunos han sido cazados y tienen miedo de escapar y ser pillados, otros son cazadores que tienen miedo de ser traicionados por los de su misma condición.


lunes, 1 de julio de 2013

Grabado a fuego en la piel y en el pensamiento.
Las imágenes de lo que en su mente ocurrió pero que nunca llegó a ser sólido. El impulso de haberse acercado, de haber acabado con todo; de haberle mirado a los ojos y haber viso más allá. Confusión entre lo que debió de pasar, lo que pasó, lo que debería de haber pasado y lo que nunca pasó. Solo hallaba nitidez en el dolor de la cobardía, en los cristales rotos de su coraza que ahora le cortaban la piel como cuchillos. Eso sí que era real, aunque nadie le viera sangrar. Las cicatrices quedarían ocultas en su piel entre los lunares, entre las pecas. En las madrugadas eternas entre lugares desconocidos, nada quemaría más que los sentimientos a flor de piel. Helados y muertos. Grabados a fuego en la piel... Y en el pensamiento.
Cuando los puñales iban directos a ella, sabía que el miedo era su peor enemigo, por lo que pasaba a ser silenciosa como una sombra e incorpórea como el humo y hacía que todas las dagas le atravesaran; pero cuando de fuego se trataba, su piel pasaba a ser marfil y brillaba cuando más se quemaba. Haría apartar la vista a cualquier ciego, no había infierno más allá de sus labios; una mirada y estarías ardiendo. 
Pero esta vez, los recuerdos le abrasaban más que cualquier llama y se mezclaban con un humo negro y denso, invadiendo sus pulmones y entrecortando su respiración. Rojo como el fuego, como su sangre, como sus labios. Esta vez su imaginación jugaba en su contra, haciendo todas las trampas inventadas y por inventar. Ningún dolor es comprable al del calor almacenado en su cuerpo, quemándole por dentro y grabándole a fuego la piel y el pensamiento. Esta vez la locura era su única amiga, su cabeza había dejado en el abandono todo rastro de cordura, y le dolía en un lugar inalcanzable; le dolía en el lugar dónde fabricaba cada mirada. El fuego se reflejaba en sus ojos. Y quemaba. No podía llorar porque mataría las llamas de sus pupilas, y perdería toda referencia al mismísimo diablo; sería como dejar que el infierno se inundara, y no era tan egoísta como para permitirlo. Cada marca se calentaba un poco más tras cada partida de azar, y hasta los escalofríos se atascaban en su piel cuando llegaban a una cicatriz. Los impulsos recorrían su cuerpo hasta morir abrasados; la muerte más dulce y el renacer más amargo.
La risa se amontonaba en los rincones de su cabeza y jugaba al esconcite con la ironía hasta perder. Cada victoria era una pérdida y cada fracaso, una victoria. 
¿Qué se podía esperar de este caos? 
Más caos. 
Caos rojo pasión, del color del fuego, de la sangre... De sus labios.
Caos que le quemaba quedaba grabado a fuego en su piel y en su pensamiento.