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viernes, 23 de agosto de 2019

siempre nos encontraremos lejos,

Te irás.
Lo sabia cuando te conocí, lo confirmé aquella noche en mi cama después de una feria. Ahí pensé que podía quererte.
Un dolor de barriga, una noche que no acaba, entera sin dormir y llena de desesperación. Esa noche fue doblemente reveladora, para ambos; ahí te demostré que tolero muy bien el dolor, pero no el no dormir, y ahí me di cuenta de que ya te quería. Vaya susto, nunca había querido de esa forma. Esa noche no tuve musas, porque el dolor estaba siendo el característico, no tuve fuerzas para hilvanar palabras, pero te vi y se me llenó la cabeza de frases a medio terminar que pugnaban por ser escritas una tras otra. No hubo musas, y no me hicieron falta.

Te vas a ir.
Lo he sabido todo el tiempo, lo asumí y le planté cara a la bestia que me gritaba desde el pulmón. “Me da igual lo que encuentre allí si tú vas a seguir estando para mí”. Ahí dejé de mirar al techo después de cada polvo; se fue la sensación de tener que exprimir el tiempo; apareció la calma de saber que te ibas a ir, pero que daba igual.
De verdad que no sabía dónde me estaba metiendo cuando decidí irme contigo la noche que nos conocimos. Si hubiera sabido que iba a memorizar la forma lenta en que me besas cuando nos ponemos profundos, posiblemente habría huido, porque nunca había querido a nadie así, y hacerlo en la distancia es empezar bastante fuerte.

Ahora te vas, y ahora este texto tiene su propia banda sonora -cómo no, de Shinova-.
 Ya no tengo miedo.
Ha llegado el momento y estoy tranquila, me ahogo en palabras que decirte, en formas de expresarte que va a ser increíble, y que te voy a echar de menos, porque no sé cómo gestionar todo esto. Te vas tan lejos que no hay blablacar capaz de acercarme, así que vamos a tener que mantenernos cerca de cualquier otra forma.

Así, sin metáforas ni complicaciones. 
Cuando te conocí, no esperaba conocerte, estaba en la atalaya más cómoda y fue una fricción instantánea, física. Me cogiste la mano cuando empezó a llover, y cambiamos el rumbo, literalmente. 
“Vamos mejor a mi casa”
 Me sonaron las alarmas, las sirenas, se me dispararon las concentraciones de dopamina y norepinefrina; pero seguí. “Me iré”.
Y ahora, de verdad, te vas.
Y es como aquella primera noche en que llovió.
Otra vez te siento de la mano, aunque esta vez el contacto no sea real, aunque cambies el rumbo.

Vete, que sigo.