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jueves, 26 de julio de 2012

Pero si mi boca se equivoca...

Solo dos botellas de vidrio son testigos de aquella tarde. Y llevaron el secreto a la tumba. Desde el primer segundo en el que fueron destapadas, el impecable aire que inundaba el vacío entre el líquido y el tapón, se vio contaminado por millones de pequeñas sustancias que impregnaban el ambiente aquella tarde húmeda; aquella tarde de noviembre. Llovió, los cristales se mojaron, aunque esa fue la menos de las preocupaciones. Con cada golpe, las botellas y cada gota que contenían vibraban, cada vez más cerca de la ruptura.  Cada trago vaciaba un poco más dichas botellas, haciendo que se llenaran lentamente de aire; y en el momento en el que el último trago les fue pegado, sus boquillas comenzaron a llenarse de polvo, hasta el momento de su muerte. Aquella tarde solo dos botellas de vidrio sintieron la pasión del momento, el dolor y la amargura, la felicidad, el compromiso, el dolor, el sufrimiento. Solo dos botellas vieron caer lágrimas aquella tarde, más nunca estuvieron seguras, ya que las gotas de la lluvia las confundían.

Y cuando todo hubo pasado, nadie más supo que pasó aquella tarde, excepto aquellas dos botellas. Cuando todo hubo terminado, el secreto quedó impregnado en aquel aire, aire que viajó cuando la ventana fue abierta, aire que sigue viajando y transportando el secreto que aquellas dos botellas condenaron al olvido cuando cayeron al suelo y se rompieron en mil pedazos cada una.

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