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domingo, 22 de septiembre de 2013

Familiarmente desconocido

Lanzo una llamada de socorro, me han secuestrado y ahora el gris se derrite en las paredes ocres. Hay inviernos e infiernos clavados en las paredes y huele a la humedad de los parques calados por la lluvia. En un rincón hay polvo de verano, pero creo que no lo han visto. No hay ventanas, ni puertas, ni escaleras. Veo tres paredes, solo tres paredes y tengo miedo de girarme. Camino ciega en cada paso y ya no oigo al suelo temblar de frío en primavera. Aún no he tenido constancia de tener compañía, pero presiento que no tardarán. Salí corriendo tras la inspiración cuando a medio de una frase se me fueron las palabras; levanté la mirada de aquel sucio papel y las ví correr asustadas, ví a las musas amordazadas y no pude quedarme quieta. La abuela siempre me decía que mis pocos modales me iban a llevar a la tumba, pero no me arrepiento de haber huído.
Silencio, ya les oigo.
Caminan con paso firme.
Son dos. No, cuatro; avanzan muy despacio y con calma. Uno de ellos tiene una voz tranquila y grave y habla muy pausadamente. Hay oteo que habla en susurros casi todo el rato y no logro entenderle. Los otros no hablan. Se acercan... Ya no estoy segura de cuantos son.
Uno posa una mano sobre mi hombro, lo siento pero no lo noto. Ayuda, me han robado el calor de mi piel. Me giro y camino, puedo oir el eco e imaginar la eternidad de ese lugar. Diría que estoy entre las lineas que perdí por no poder escribir; ahí está mi primera palabra cargada de emoción. ¿Qué hago aquí si ya he crecido? Ya soy una mujer, ya he madurado y me he hecho responsable, me he decidido a estudiar y he afrontado el reto de no volver a querer a nadie que yo misma me he propuesto. ¿Quienes son y qué quieren de mí? Un momento, ahora lo veo claro. No veo nada y lo intuyo todo. Si sigo avanzando sabré donde pisar, conozco este lugar como la palma de mi mano. No son líneas, son las intenciones que tantas veces he camuflado. Mira, ahí están mis ganas de haberle besado, en esa palabra estaba mi permiso para que me abrazara... Ahí están los pecados vacíos carentes de remordimiento, envenenados de indiferencia. Los dardos que lancé una vez y la envidia cotidiana. Está la sensación de haberme sentido menos, la intención de aquella mirada... Esta última está intacta, no lo llegó a entender nunca. Puede que sí. No importa.

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