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sábado, 14 de septiembre de 2013

A veces pienso en plasmar algunas palabras, pero justo después caigo en la cuenta de que esas palabras son más felices merodeando en el limbo que hay entre mi garganta y mis labios, por lo que las susurro flojito para darles aire sin dejarlas escapar. Nunca llego a madurarlas para que formen versos y largas poesías, ni siquiera dejo que formen comparaciones; solo las dejo correr para que crean que no son mis presas, mas nunca acariciarán el sol. Tengo escondidos mil tesoros que demuestran los múltiples estados del oro: en lingotes, líquido... Y en palabras. Cautivos en mi lengua solo necesitan una suave nota de voz como señal para levantar el vuelo y escapar, pero prefiero acorralarlas y jugar hasta cansarlas; justo ahí las alimento con sílabas de aliento, con respiraciones cansadas, con montones de sensaciones y sentimientos que se mueren por ser descritos. Las hago tener tanta sed de libertad que corren sin pensar hacia donde, se dejan llevar por sus impulsos hasta caer nuevamente rendidas. Me hacen sentir dios; son como marionetas, tan manejables, tan predecibles... Nunca aprenden, ¿qué van a saber? Al fin y al cabo solo son palabras, conjuntos de letras combinadas de una manera tan perfecta que podrían matarte si no sabes como controlarlas.

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