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martes, 9 de abril de 2013

Lo difícil es no volverse loco.

Crecer o crecerse. Enamorar o enamorarse. Correr o correrse. ¿Qué más da? ¿Quien da más? Puedo sentir su miedo. Sus inseguridades y su orgullo. Puedo sentir su mirada clavada en mi, sus ojos mirándome y esperando a que caiga. Noto sus garras acechándome. Puedo sentir su aliento en la nuca; cálido como la sangre, imperturbable como los remordimientos. Oigo sus pensamientos y leo sus palabras en sus labios; palabras nunca dichas, nunca pronunciadas, frases que se atascan en sus labios y que acaban siendo poco menos que un susurro. Palabras que nunca saldrán de sus bocas, nunca serán formadas por sus lenguas. Sus cuerdas vocales nunca reconocerán los pensamientos que en sus mentes se mueren por salir; nunca dejarán que esas verdades salgan de las paredes entre las cuales se encierran sus cerebros. Sé que nunca dejarán que esas certezas sean dichas en voz alta, nunca dejarán que las escuche. ¿Y que más da? Respóndeme qué  coño da cuando sus palabras son como cuchillos que llenan de flores tu camino; no te cortes, no te ahogues. Puedo sentir sus miedos; oir sus mentes.
Prestando atención, puedo apreciar el odio tras sus promesas de un podio.
Veo sus intenciones más allá de sus máscaras. Las miradas caídas, los pestañeos. Sentimientos que alcanzan las corneas y ansían desesperadamente cruzar la pupila, y se quedan en el iris, dando como resultado un suave atisbo, mostrando una parte del sentimiento. Miradas que mienten; que echan una cortina sobre ese pequeño atisbo y cubren la realidad con cumplidos y halagos, que intentan hacer creer al mundo que no hay nada más allá de sus córneas. Pobres ingenuos que no saben que más allá aun está la retina.
Movimientos de manos que imitan, que ocultan y que muestran. Gestos capaces de captar toda tu atención, de abrirte las puertas a otro mundo y de cerrártelas en las narices. Y, tiempo después, puedo escuchar las palabras que se esconden tras sus dedos. Puedo sentir el tacto de su piel sin rozarla; puedo adivinar el tono de su voz y la intensidad de sus palabras solo con ver su manera de acariciar. Tanto tiempo después, puedo sentir sus miradas puestas en mí; cálidas como la sangre, imperturbables como los remordimientos.

1 comentario:

  1. Simplemente brillante Bo, sigue así. Y lo que te he dicho antes, leer esto ha sido como si me hubieran echado el polvo de mi vida

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