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miércoles, 17 de abril de 2013

Turning tables.

Cada canción tiene un texto, una propia banda sonora. Cada acorde mezclado con el siguiente dan lugar a una perfecta combinación capaz de crear los más enormes escalofríos. Cada melodía tiene un sentimiento, un pensamiento. Y escribirlo se ha convertido en una necesidad. La palabras no salen de mi boca, sino que fluyen hasta llegar a mis dedos, dónde son descodificadas y codificadas otra vez hasta ser plasmadas. No es un pensamiento, los sentimientos acuden a mi en forma de frases. A veces es un ritmo, un compás a penas perceptible, y antes de que me de cuenta ya he garabateado cualquier papel que tenga delante con frases zalameras. Frases zalameras que marcan el principio de párrafos que a menudo consiguen que me avergüence. Otras, son el primer paso de textos que quedan guardados en un cajón, textos que nunca nadie leerá, sentimientos que anidan en lo más profundo de mi. Y la mayoría de veces, textos que nunca conseguiré reunir ya que están en un libro de matemáticas o en unos apuntes de biología. Siempre frases unidas sin un por qué, siempre párrafos conectados de una manera absurda, siempre textos que acaban como empiezan, vacíos. Y es que cada palabra guarda una estrecha relación con la siguiente, cada palabra es el comienzo de algo que acaba en cuanto la frase acaba. Y cada sentimiento que plasmo encaja como una canción; porque no sé componer en un pentagrama, por lo que la única manera de reflejar en un papel el ritmo y la melodía de mi cerebro es escribiendo. Si supiera tocar el piano o leer partituras bien, quizás podría plasmar en las cinco líneas todas las bandas sonoras de mi vida; podría componer una canción que describiese el ritmo de mi cerebro al pensar, el sonido de mi respiración; el movimiento al caminar, mi extraña manía de buscarle a todo un compás interno. Pero no puedo. Mi único recurso para reflejar todo eso es mediante palabras. Centrípeta, como adoro esa palabra. Siempre he admirado a los compositores porque han sido capaces de transmitir lo que sienten sin necesidad de usar palabras, ya que estas llevan muy frecuentemente a error. Esas personas dejan las puertas y las ventanas de la imaginación abiertas, nunca dos personas interpretarán una canción de la misma forma. Y sin embargo las palabras son lo que son, no hay vuelta atrás. La poesía es subjetiva porque confunde y hace creer a las mentes que su interpretación es diferente a la del resto, pero si hay diferentes sentimientos ante una obra literaria es gracias a la música. La banda sonora de mi vida está plasmada en un papel, en frases, en letras al fin y al cabo. Las palabras, bien combinadas, pueden recorrer cada célula de tu piel a una velocidad de vértigo, pueden invadirte y adentrarse en lo más profundo de tu ser, ya que no puedes evitar sentir lo que te transmiten; no puedes volverte de piedra. Pueden entrar en tu mente cual ladrón profesional y robarte las impresiones, dejarte sin respuesta y hasta herirte hasta matarte. Son el arma más potente y a la vez la mejor medicina. Y bien usadas, pueden ser las mejores aliadas de la música.
A veces escribir es lo más potente.
A veces es lo único que queda, y a veces lo único que necesito.
A veces las palabras son lo único que me falta, y otras lo único que me sobra.
Nunca llegaré a comprender como he llegado hasta aqui, pero quiero adquirir la capacidad de escribir la banda sonora más grande jamás creada, y ansío poder hacerlo tanto como el respirar.

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