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miércoles, 17 de abril de 2013

Promesas olvidadas.

"Se le acabaron las fuerzas porque su caballo se cansó de galopar. Se le agotó la fuente de sabiduría porque sus ojos se cerraron. Pero sobre todo, se le apagó la mirada porque su alma se sumió en un sueño demasiado profundo. Se disfrazó de noviembre para poder llegar a ser nieve. Borró sus huellas y cambió hasta su forma de sonreir; cambió sus comisuras por un puñado de monedas, cambió el tacto de sus labios por un poco de carmín y olvidó como reír a carcajadas porque su boca había decidido madurar. Hizo un pacto con el peor de los diablos y cambió sus ojos; su forma de mirar por unas pestañas postizas, la luz de su mirar por una hora más de sol, el color de sus iris por una larga raya negra en su párpado, la dilatación de sus pupilas cuando sonreía por una expresión que denotara invulnerabilidad. Por cambiar, cambió hasta el tacto de su piel. Cambió las caricias, los abrazos, los escalofríos, los calambres, los chupetones, los lunares, las cicatrices. Todo. Y por cambiar, cambió hasta su forma de caminar; sus piernas por unas elegantes medias, sus pies descalzos en verano por unos tacones, sus uñas pintadas de rojo (siempre rojo) por unas de porcelana. Que por cambiar, cambió hasta el contoneo de sus caderas. Y cerró el jardín de su cuerpo para construir un burdel barato. Corrió aunque nadie la perseguía. Lloró, aunque nadie la oía. Sonrió sin que nadie la viera. Pasara lo que pasara, hasta que los muslos le flaquearon y se desplomó. Hasta que su voz perdió el poder de la insinuación, hasta enemistarse con las carcajadas y pelear con la vida. Que por cambiar, cambió hasta su capacidad de olvidar, y ahora paga su condena, inmersa y apagada, la de cargar con sus recuerdos hasta que muera. Y todo por un puñado de los verdes"

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