.

.

martes, 13 de agosto de 2013

Precursora del mes de noviembre.

Un último aplauso por los gallos que cantaron nuestros amaneceres tardíos y a la vez adelantados. Los suspiros mañaneros y los besos traicioneros; por las redes que tejimos con los dedos. Y dediquemos un último aplauso por todos los papeles que hemos interpretado, por los fáciles y por aquellos que nos han resultado un poco más complicados. Los premios que hemos ganado y los que deberían haber sido nuestros. Aplaudamos nuestros fallos, nuestras tomas falsas y todas las caídas; el día a día luchando por construir algo por lo que ser recordados.
Vimos pasar la vida y no paramos a pensar en como todo iba pasando, luchando por vivir no nos fijamos en lo que nos acabó matando. Un aplauso por los abrazos más sinceros, las tardes inmersos en los libros, las mañanas tempranas venciendo al sueño, los propósitos cumplidos y los abandonados.
Dediquemos un aplauso por el ritmo que le dimos a la vida que elegimos, a las peleas y las broncas, los eternos desacuerdos, la sensación de impotencia que aun se prolonga... Los intentos en vano de volvernos locos y el destruirnos poco a poco, esa guerra fría de la vida en compañía el uno del otro.  ¿Y por qué no? Un aplauso por las verdades camufladas que nos hemos callado a gritos. Todos esos momentos sin palabras que, si fueran capaces de hablar, contarían la más perfecta historia sobre las imperfecciones. Juntemos todos los recuerdos hasta ordenarlos en montones; y cuando el viento sople que se los lleve con él. La suavidad de tu piel, la perfecta composición de tus manos con las mías, el olor a miel y las noches con pesadillas.
Miradas perdidas.
Guiños malintencionados.
Lágrimas caídas.
Calor por cada milímetro del cuerpo.
Impaciencia disfrazada de erotismo.
Un aplauso por los infinitos intentos de evocar esa tierna infancia mientras jugábamos a ser mayores.
Mostremos la admiración por el esfuerzo realizado, por las tardes solitarias sin necesidad de hacer nada, por los momentos de nervios y de escalofríos; por las tardes heladas de agosto.
Vivimos un verano que creíamos interminable, pero a la hora de la verdad siempre fuimos conscientes de que el tiempo solo baila para uno, y nunca fuimos ni tú ni yo.
Dejamos que cayera nuestro mundo.
¿Por qué dejaste que todo se viniera abajo?
Siempre te culparé por eso.
Luchas, peleas, palabras que corrieron más que mi lengua y que salieron. Y volaron. Nunca deberían haber visto la luz pero no puedo hacerlas volver, ¿acaso no ves que se escapa de mi poder?
Discutimos sobre aquellos temas que nos alejaban, los mismos que tantas veces nos han acercado y han creado un ambiente perfecto en el que tú y yo pasábamos a ser leones que luchaban por la hembra. ¿No te das cuenta de que nuestras diferencias eran las mejores? Las ocasiones en las que perdí lo reconocí. Los momentos en que gané y te vencí. Siempre supimos dejarlo a un lado, hasta que los debates no fueron más que excusas para desatar la tormenta que llevábamos dentro. El mar de mis comparaciones y el desierto de tus emociones nunca se llevaron bien. El agua y la arena mezclan mal en los tsunamis, y nosotros creamos el peor de los desastres, pero lo creamos en nuestro interior. Todo fue en parte nuestra culpa; yo dejé subir la marea y tú dejaste que el aire creara dunas.
Pero como en todos los desastres, después tuvimos esa merecida calma que tanto ansiábamos. No podría explicar como lo hicimos, pero cuando todo pasó estábamos más lejos incluso que cuando discutíamos. Por eso aplaudamos una última vez por todo lo que dijimos, lo que callamos y lo que explotó. Aplaudamos lo que pasó; pero aplaudamos con la misma fuerza con la que queríamos coger la luna para bailar con ella, con las mismas ganas con las que gritábamos que era la más bella entre las musas. Un último aplauso por todas esas páginas impregnadas por la tinta de un viejo boli sin trabajo que acudió a nuestras manos a la desesperada sin saber que escribiría la mejor historia jamás contada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario