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jueves, 21 de mayo de 2015

No me levantes la voz, no me digas "nada" ni me grites en la penumbra que asfixia.
No me quites la mirada, ni te hagas ilusiones; no pretendas que me abra o que te enseñe, ni que te deje averiguar más allá del prólogo particular que escribo. No intentes leer la última página, ni adivinar que viene después.
No me encasilles de predecible, no me conoces; no lo intentes. No me taches de sencilla o de cobarde, lucho yo más de lo que imaginas y más de lo que dirías que soy capaz -yo lo se-.
No pienses que no, ni que si, y si me empeño en mentir juega a que me crees. Cuando quiera que me creas, lo harás de verdad y sin juegos.
No me arrincones, ni me dejes libre, no me persigas, ni me descuides, ni siquiera me pienses. Todo tiene la importancia que se le es dada, aplícalo bien y con cabeza.

Busca en las esquinas el destello que sobró, los restos de la inocencia rota y de los momentos falsos y cosidos, más remendados que arreglados. 

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