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viernes, 2 de mayo de 2014

Querida mini-yo pensante:

Cuanto tiempo a la sombra, hola otra vez. Te he echado mucho de menos, hablar contigo ha sido a veces lo mejor, dejarte hablar, más bien. Perdóname por haberte amordazado, por haberte acallado y haberte obligado a guardar silencio en mi cabeza para dejar sitio a esas reacciones químicas inacabables. Lo siento, pero tienes que entenderme: yo no me olvido de ti, ni de la importancia que tienes en mi cordura, no te olvides tú de darme las largas de vez en cuando, aunque sea muy de vez en cuando, para recordarme quien soy, quienes somos, quien eres. Cuando empecé a escucharte me asustaba todo lo que decías, todo lo que yo decía, pero mis manos se movían sin permiso ni piedad, no podía frenarte. El material de tus palabras es pesado, suave como la seda y contundente como el odio que tienes tan a ratos. Te tengo dicho que dejes en paz a esa parte vengativa que hay en mi, que te limites a tu papel, el de soltarme y susurrarme en el lobulo palabras y frases, pero tú sigues aliandote con otros componentes. Ya me la liaste cuando te uniste a una parte tan idéntica a ti que se te hizo la lana un ovillo, aprende a controlarte. Ya me hiciste perder los nervios y la compostura cuando me gritabas tan alto que me hacías llorar y querer taparme los oidos (y la cabeza) para no oirte. Aprende a doblegarte y hazme un poco de caso. Sé que pasarás de mis palabras y seguirás torturándome cuando peor me venga, pero quiero una tregua porque sé también que pronto voy a necesitar que colabores.
Au revoir
Tu jefa.

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