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viernes, 23 de mayo de 2014

El día que no pueda más, voy a matarte.

Si corres es porque yo te doy la ventaja de estar seguro de que yo iré detras, si no no sé a cuento de qué ibas a hacerlo. Si corres solo, luego habrás de volver de una u otra manera, y es trabajo en vano. Pero no es asi, corres porque cuando frenes cansado del trayecto y te des la vuelta para calibrar distancias yo estaré llegando icondicional, con ese "no matter what" que tanto te gusta aunque nunca lo digas; y acompañado la vuelta siempre es mejor, lo entiendo.
Si echaras a correr con dudas, serían ellas las primeras en correr, dejándote a ti clavadito en el suelo con tu porte y tus maneras. Claro que cuando divisas el camino y evaluas los posibles daños siempre sueles arrepentirte y te sientas, es normal, yo también lo haría; por eso precisamente te digo que no pienses, que la mitad de las cosas tienen más sentido sin sentido; pero nunca me haces caso. Tú solo corres cuando te hierve la sangre, eres el claro ejemplo de la claridad y la seguridad en esos momentos: corres aunque no merezca la pena, aunque parezca que vas a tener que volver solo, aunque las distancias sean grandes. Y a pesar de que crees que lo has decidido solo como una persona adulta, tu Pepito Grillo ya te ha susurrado previamente que no vas a estarlo. Te lo suelta bajito y a suspiros para que no lo oigas del todo, para que puedas decir que lo hiciste porque quisiste, pero permíteme decir que el peor silencio no es el de la nada que se oye, el peor es el de las palabras que no se oyen, porque no deben ser oidas.

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