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domingo, 21 de junio de 2015

Érase una vez una humanidad

En esta vida todos tenemos que morir, y aquí cada uno lo asimila de una manera. Lloramos las pérdidas e invertimos nuestro tiempo en echar de menos para consolarnos después sabiendo que algún día tampoco nosotros estaremos, y mientras tanto, el único consuelo para seguir y no tirar la toalla ni al salir de la ducha es pensar que lo que estamos haciendo, lo hacemos de forma plena. Sin cuestionarnos que no sea así, porque si la vida es una semana y aún estamos a martes, deprimirnos haría que el viernes estuviera muy lejano; somos jóvenes y planeamos salir todos los días de esta semana maldita para asegurarnos así de que al menos mientras no hayamos sido felices habremos bebido hasta olvidar.
Cuando llegue el domingo veremos la negrura, o la luz, o el final del túnel, o cualquier licencia poética que se haya o no inventado para describir el final. Yo, personalmente, lo dejo en gris; porque odio el gris. 
Y mientras tanto, la cuestión es qué hacer con el tiempo, el tiempo que pasamos sobrios o de resaca; el tiempo que pasamos recordando, lamentándonos, arrepintiéndonos, pensando, sufriendo, sintiendo. Qué hacer con tanta libertad, si al final somos esclavos que esconden bajo la lengua la llave de sus cadenas. Mientras tanto los dedicamos a vagar por la vida buscando el alcohol mas barato, buscando maneras de pagar el caro, y, solo a veces, nos encontramos con alguien que bebe el whisky como nosotros, como el paladar que limamos al respirar. 
Que sea a palo seco, que le guste el calor.
Y quien lo encuentra se dedica a beber con ese otro alguien, con la eterna esperanza de que nunca llegará la resaca y su hígado no se consumirá nunca; lo encuentra y deja que le mate, porque al final querer es asesinar y se rasesinado, en todas sus acepciones posibles. 

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