.

.

lunes, 29 de junio de 2015

Cuando la tercera persona conoce a la primera, y en singular; del impersonal al yo

Me pregunto a qué sabe la calma, la completa ausencia de tormenta. Me pregunto a qué sabe la tranquilidad.
Cuando se reúne la fuerza para hablar y dejar salir lo que tortura y retuerce el estómago, se hace en un momento de debilidad y a la vez de fuerza máximas; debilidad para asumir que el problema está ahí y fuerza para decirlo en voz alta. Creo que esos momentos no son buenos, son, por el contrario, momentos en los que la desesperación es muy grande, pero en los que aún es posible mantener el control. Pero los hay peores; los hay mucho peores, tal así que en esos momentos no hablamos, no decimos nada y dejamos que la procesión fluya por dentro, porque es ahí cuando se esta tan abajo que no se encuentran las palabras para explicarlo.
Sigo pensando, y sigo pensándolo; no he conseguido echarlo.
Que sí, que no te miento, te digo la verdad cuando te digo que lo he intentado y que lo sigo intentando. No, no me he rendido ni he tirado la toalla, ni he dejado que pueda conmigo. No me ha vencido, pero a veces creo que falta muy poco; luego, no se de dónde, resurjo y me elevo, y ahí es cuando hablo.
No estoy diciendo que todo sea negro, solo digo que no hablar de ello no significa que no esté ahí, y mucho menos va a hacerlo desaparecer.
Informaré con la victoria como los soldados al capitán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario