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lunes, 13 de abril de 2015

«Y me dijo que le dijera que la vida son dos días, y que viviera, que tenía que vivir. Cuando le pregunté que por qué no se lo decía él mismo me respondió que la vida, además de cortse, era más complicada de lo que yo imagino, que mientras yo me preguntaba la razón de lo invariable, millones de reacciones químicas tenían lugar en mi cerebro -y en su alma- y que aunque no lo pudiera imaginar, algún día también yo sería vieja y me reiría de lo catastrófica que es la juventud, por eso me dijo a mí también que yo debía vivir, que los recuerdos pronto serían tan lejanos que no podría recordarlos, y que lo que hoy es un pasado curtido, con el tiempo sería la historia de una guerra. Me dijo que era mi deber dormir poco y sembrar mi mente, pero que de la misma manera era mi deber soñar como cualquier koala; que debía ser consciente en todo momento de quien soy y de que hago, pero que el alcohol no era tan malo como mis mayores querían hacerme creer.
Y cuando termino de hablar me hizo sentir tan mayor que dejé de preguntarme por qué me pedía a mí que yo hiciera de retransmisora en vez de ir directamente a su destino. Me enseñó que el mundo no está hecho para cobardes»

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