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lunes, 14 de octubre de 2013

"Yo quería llamarte, necesitaba hablar contigo y que me dijeras con voz todo lo que te habías atrevido a escribirme a través de una pantalla brillante. Necesitaba que me dijeras que en un par de días todo estaría bien, que me dijeras que me debías un abrazo y que tuvieras paciencia. Pero en lugar de eso, te fuiste a montártelo con ella. ¿Qué bonito queda un 'aquí estoy si me necesitas' eh? No vuelvas a decírmelo o te reventaré la cara a puñetazos. Necesitaba que no dijeras nada, que hoy solo supieras qué decir sin necesidad de abrir la boca, necesitaba que fueras mi amigo porque tenía mil cosas que decirte. Y en lugar de eso, te has ido a lo fácil, a abrazarla y a decirle que la quieres, a reirte y a no tener que enfrentarte a nada. [...] Estúpido, cobarde, ¿acaso no ves que me haces daño? [...] Si no has sabido enfrentarte a mis peores momentos, igual es que ya no eres más mi amigo. Igual es que nunca lo has sido. Si no has estado ahí, igual es que no lo mereces. Si no has podido enfrentarte a los minutos en los que menos predecible, más irritable y más débil iba a estar, entonces no tienes ni un ápice de valentía"
Capítulo 12, la muerte como desengaño.

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