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martes, 16 de septiembre de 2014

Cuando era pequeña alguien me dijo una vez que cuando una persona se quiere, se ve. Me dijeron que en la forma de andar, en la forma de hablar, en los gestos, en el aura que la rodea. La verdad es que cuando me lo dijeron ni siquiera sabía qué era el aura. Pero cuando una persona se quiere desprende un aire más puro, más como las palabras que se escriben y se sienten. Cómo me gustaría quererme como se quieren; quererme como se quieren esas letras que se cogen de la mano y forman arte y lo firman. Me dijeron que la gente busca que la quieran, que la vean como una persona especial y única; pero no entendía por qué nadie iba necesitar que otras personas le dijeran lo increíble que es. A día de hoy tampoco lo entiendo, pero cómo me gustaría quererme y darme cuenta de esas grandes cosas por mí misma; yo no busco que me digan porque como ciego que no quiere ver solo yo puedo mirar como quiero.
Se me han corroído las intenciones y se me ha oxidado el agujero de la pared donde guardo los secretos, se han derramado y ahora quiero recogerlos otra vez uno a uno. Jamás debería haber llegado el día en que hubiera tenido que cavar en la tierra y buscar la leyenda, pero cuando de pequeña me dijeron que cuando una persona se quiere, se nota, nunca creí que fuera cierto.
Pero mírala, solo mírala. A ratos se quiere, a ratos no. A ratos se comería el mundo y a ratos dejaría que el mundo se la comiera a ella en toda su grandeza; porque mírala, a ratos se ve tan grande que se acerca a la verdad, a esa visión que el mundo tiene de ella. De pequeña le dijeron no se qué mierdas de quererse y no se creyó ni una, ahora solo quiere que pasen los días para destronar a las estrellas.
Pero ay, como le gustaría también quererse cómo se quiere el resto del mundo.

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