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domingo, 11 de septiembre de 2011

That Sunday Evening.

Dos gladiadores. Era una guerra, tras varias disputas para conservar el orgullo y numerosos encontronazos acompañados de miradas asesinas, un nuevo combate se levantaba en la plaza. Habían llegado a tal punto que ni el mayor canoso se decidía por uno, más bien empezaba a cansarse, viendo que sus intentos de paz eran en vano. Entraron en la pista, desafiantes, se miraron y atacaron, sin esperar ninguna señal.
Tras una vida entera luchando, uno de los luchadores dejó de atacar, calló sus palabras, sus opiniones, guardó sus actos y sonrío. Se prometió a si mismo que esta vez no lloraría, que no dejaría que su oponente se sintiera fuerte, ni que se saliera con la suya. Simplemente le miró, sin decir nada, con una gran sonrisa dibujada en os labios. Su oponente interpretó esto como un gesto de victoria, tal y como el gladiador quería. Le dejó confiarse, le dejó llevarse por sus intuiciones, consiguiendo asi que su rival pensara que se había hecho con la Victoria cuando, en realidad, estaba perdiendo más de lo que podría ganar en toda su vida.

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