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sábado, 8 de noviembre de 2014

La enamoró cuando le dijo que su pelo le recordaba al mar, no por su color ni por su tacto, sino por su ligereza y su fortaleza. Cuando le dijo que adoraba el pelo rizado y todos esos bucles que formaba cuando ella acababa de salir de la cama; de la cama, de la ducha, y de cualquier rincón del mundo. Le dijo que le encantaba acariciar aquello que parecía no tener final, que se perdería en ella como ella perdía las horquillas en su pelo. 
La enamoró cuando la abrazó por encima de los hombros y hundió la cabeza en su cabello, cuando se quedó mirando ese mechón que le caía del moño que se hacía cuando estudiaba. Con ella no le hicieron falta sonetos ni canciones, solo necesitó decirle en voz alta todo lo que ella nunca iba a ser capaz si quiera de pensar. Y entonces le ganó, como le ganan las gaviotas al invierno. 

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