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jueves, 6 de junio de 2013

Sabía que era lo mejor que le había pasado en la vida, que esperaría en esa acera viendo a los coches pasar, mientras los segundos corrían a su alrededor. Sabía que habría podido estar en ese mismo lugar años y años, viviendo de la estela de su recuerdo, respirando de ese suspiro que dejó escapar antes de marchar. Su mirada seguía perdida en el inmenso vacía de la oscuridad, y los puñales de la resignación se le clavaban cada vez más dentro. Porque más allá no había nada. La imagen de sus labios la mataba, porque recordaba cada beso que le había dado, y esa última vez en la que la despedida fue más agria que dulce, brillando por su ausencia. No había habido un adiós, pero sus miradas se lo habían dicho todo sin siquiera la necesidad de pestañear.

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