.

.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Si a ti te aviva la tristeza, a mí me escuece.

¿Cuando te has preocupado tú de lo que me hayas podido provocar?
Siempre has estado ahí cuando algo ajeno me ha herido, pero ¿alguna vez te has parado seriamente a hacer un examen de conciencia? Tú,  tan pía y tan debota, tan creyente como eres, ¿en algún momento te has parado a hacer balance? A veces la fe falla, o no es suficiente, y tu fe en estar haciéndolo todo bien conmigo debería acabar en las veces en que matas mis principios en vida de tus exigencias; me vas a acabar ahogando.
Lo siento, no quiero ser como tú.
Te admiro, no creas que no, eres una mujer fuerte y siempre hss sacrificado mucho por todod nosotros, pero no me compensan tus virtudes con errores. Soy consciente de que los míos pesan, y que son posiblemente más difíciles de borrar que los tuyos, y no los excuso, pero tus fallos se ven tan reflejados en mí que a veces creo ser tú y me desespero. No quiero tu entereza, ni tu fuerza, ni tu forma de ser, por muy única que sea. Me compensa ese gran desastre que soy a cambio de ser más yo que tú,  a cambio de poder sentirme algún día tan orgullosa de mí como tú no lo estás de ti.
Sí, soy adicta al desastre en pequeña escala,  y puede que mi ligera tendencia al síndrome de Diógenes sea minimalista y desesperante en la misma medida. Acepto que emprendo pocos proyectos en comparación con todos los que tengo en mente, y que soy muy cabezona, pero llego al final con todos; y más allá, qué sabes tú de que soy capaz si no conoces mis momentos de debilidad. No te atrevas a medirme o juzgarme a partir de lo que hago digno de contar. Soy tan perfeccionista como tú,  somos muy similares en ese aspecto, pero nuestrss obsesiones van en caminos diferentes y completamente paralelos, destinados a no cruzarse nunca. Algún día la pequeña investigación y recopilación de fracciones que es mi vida dará sus frutos, y entonces te podré decir con la cabeza bien alta que hay vicios peores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario