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miércoles, 5 de marzo de 2014

Cuando Max le dijo a Liesel que escribiera no se refería nada en especial. Sinplemente le pasó en un aliento el arte milenario que le marcaba en su naturaleza judía, y Liesel pasó a ser un poco menos "buena joven alemana" a cambio de una gran tortura.
Cuando estoy tan aprisionada que mi mundo me parece pequeño veo las paredes venirse abajo, y ya ni escaparme me salva, porque el arte que nace de mi cabeza no es arte, y de escribir me canso porque de anhelar espero que surjan esas chispas para que todo cobre un poco de sentido. En esta locura cuerda que me aferra ya no me queda nada donde agarrarme y no caerme, así que simplemente floto, simplemente escribo, simplemente pierdo el tiempo en encrucijadas que no me dejan volar, pero a las que me ato desesperadamente. Ansia de libertad que no dejo salir, ganas de desmadre a las que temo, pies que me queman por correr, corazón que los frena por cobarde. Hace mucho tiempo que cambié mis papeles y lo hago sola, sola con mis letras y mis frases sin sentido, mis deja-que-te-cuente-que y millones de historias que nunca acaban y mueren en el hastío que separa boca y mente. Me encerré cuando empezó a haber peligro y tuve miedo, lo reconozco, pero no por eso me asusto, ni huyo, ni echo en cara, porque ahora que he crecido y puedo salir no pagaría por volver a estar como he estado. Qué tortura debe de ser entenderse a uno mismo y escribir sin piedad, qué tortura el comprenderse, qué tortura el conocerse. Cuanto orgullo caducado, cuantos mundos separados. La traición me cortó, y cosí puntada a puntada con hierro fino un nuevo hilo. Mis peores miradas ahora van con diana, y dardo a dardo envenenado me descargo un poco más. Pero qué desgracia el no escribir, qué desgracia no tener papel, qué desgracia saber que lo básico sigue igual. ¿Cómo vamos a avanzar si no nos movemos, si a cada pasito que damos adelante nos empujan para atrás? La locura los domina, los corroe y los incita a eso que los peores llaman pecado; "reprímete, desvergonzado" gritan una y otra vez, y su parpadeo constante les invade, les ataca, porque hasta el más cerrado parpadea, y pierde minutos al final.
Malsonante es este ruido que no cesa, y no sus palabras.
Malsonante es el presidio de las voces que nos chillan.
El va y ven, el frenesí y el cosquilleo que quiero guardar en un tarrito, porque se avecina tormenta y tendré que limpiar después.
El misterio.
El "entre líneas"
El después.
El "continuará"
El "fin"
El "nunca más"

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