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viernes, 22 de junio de 2012

Querido príncipe:

Arrodíllate. Clava una rodilla en el suelo y dobla la otra. Agacha la cabeza y deja que se te caiga la corona, o te la quitaré yo misma. Ya no eres un príncipe, quedas desheredado y oficialmente exiliado. Te prohíbo volver a entrar, y como castigo, entregarás tu caballo. Devuelve tus pertenencias a palacio, dirígete a la torre central, recoge tus cosas personales y entrega tu armamento, tu armadura de metal bueno que la familia real te regaló como presente por tus victorias, tu montura y las herraduras de tu caballo. Has de entregar también los trajes de cuero y piel, y todos tus sirvientes comprados en estas tierras te serán arrebatados. Devuelve tu espada, tu escudo y tus cuchillos. Quedas expulsado de las asociaciones reales, perdiendo todo privilegio sobre cualquier campesino, volviendo a poseer el deber de pagar impuestos y de trabajar por un sustento. Pierdes tu título de señor de latifundio, de señor de hogar y de milor de tus esclavos. Todo habitante del reino que te ofrezca alimento o asilo, o cualquier tipo de servicio que mejore tus condiciones de vida será condenado; y tú quedas en busca y captura en el área de este territorio. Los soldados que guardan la seguridad de las murallas estarán, a partir de hoy, avisados sobre tu situación, y recibirás una flecha directa en el corazón su osas volver a acercarte si quiera a los límites de estas tierras.

No quiero volver a pensar en ti, ya no eres mi príncipe. Me siento orgullosa de mi por todo lo que he logrado, y nunca volveré a dejar que me mates. Ya tengo la bandera que me asegura que por muchas veces que caiga, nunca volveré al inicio del juego. Este nivel lo gano yo. Quedas expulsado de mi mente, busca asilo en otras tierras, muy lejanas de mis pensamientos y no intentes si quiera volver a entrar, o creo que he dejado bastante claro lo que te pasará.

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