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viernes, 13 de marzo de 2015

Si hubiera más tiempo del establecido

Si la vida no fueran dos días, juro que leería; leería porque en las letras están los secretos mejores guardados de la humanidad. Los secretos que esta raza nuestra, cruel y con un hambre voraz, guarda y encierra, los secretos que permiten que sigamos vivos, que no hayamos muerto y que nuestros muertos estén día a día más vivos.
Mujer de ciencias, ¿qué dices de las letras?
Leería los miles de diarios de los marines que vieron vidas caer, que vieron civilizaciones erguirse y banderas arder representando ideales que solo los fantasmas defienden ya. Personas que no pudieron llorar a sus seres queridos, que no pudieron ser llorados por los suyos y cuyas almas se ahogaron entre el polvo de las bombas, entre el tequila y el whisky de las barras de los bares.
Todos los libros de historia que cuentan como a partir de polvo hemos llegado a las nubes, como se inventó el fuego y como lo apagamos, como se crea la vida a partir de una sola bacteria.
Leería poesía, y dedicaría sábados enteros a entender dónde iban las golondrinas de Bécquer, a intentar hacerme una lejana idea del dolor de Miguel Hernández tras la pérdida de Ramón Sijé, a imaginar qué es el amor para Shakespeare. ¿Quien era Miss X para Alberti?
Si la vida fuera una semana, leería todos los libros escritos, porque en el arte de las musas está la magia, el poder de decidir quien escribe y quien no, el poder de decidir quien sangra el papel y quien lo rasga. Leería ciencia y dedicaría los domingos de mi vida a invadir la mente de los científicos que alguna vez han visto la luz a la luz de la vela, en madrugadas que parecían eternas y que encerraban la promesa de no dejar al sol salir, porque si eso llegaba a suceder, todos los delirios de locura que han sido los descubrimientos de la ciencia no habrían sido madurados. Estudiaría toda mi vida qué somos y por qué somos cómo somos, no solo 4 años.
Si la vida tuviera menos lunes, dedicaría los martes a leer de leyes, de constituciones y de revoluciones, porque no se puede avanzar sin entender la lógica que nos ha hecho llegar hasta donde estamos.
Cada jueves por la noche leería una novela romántica, idealizada e imposible, y el viernes me pondría los labios muy rojos y bebería para olvidar las bonitas palabras contenidas en los libros de la noche anterior.
Creo que cada miércoles, a la hora del café (tú decides cual de todos) me sentaría liada en una bata a leer sobre los cantares de héroes, a estudiar qué es lo que siempre se ha admirado, a ver la evolución de la valentía y a preguntarme por qué toda esa gente habría estado dispuesta a dar su vida por un poco de honra.
Cada día, leería algo diferente hasta que llegara un momento en que nadie más escribiera, en el que ningún libro del mundo tuviera secretos para mí y en el que, como Don Quijote, viera más gigantes que molinos y más bondad que codicia. Más honor que mala fe.
Pero la vida son dos días y quien la escribe es quien la vive, no se puede dedicar la mitad a leer sobre lo pasado, porque las letras nos han movido siempre tanto que jamás llegaríamos al presente; se nos escaparía el tiempo de los dedos antes de poder si quiera pasar la página.

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