.

.

viernes, 8 de febrero de 2013

Never shamed but never free.

Ve y pregúntale a la luna por qué se esconce cada vez que llega el sol; pregúntale a las hojas por qué te ceden su verde cuando llega el invierno. Porque la verdadera respuesta a todo eso no está en el ciclo lunar o en el movimiento de rotación. Ni siquiera en complejas reacciones químicas naturales que alteran los pigmentos que dan color a las hojas. La verdadera respuesta se encuentra en el mismo lugar que tus sonrisas. Ese lugar guardado bajo llave del cual pocos escapan muy de vez en cuando.
¿Y qué me dirías si te dijera que no? ¿Qué pasaría si te rehuyera? ¿Si no te devolviera las sonrisas, ni te mirara a los ojos, y luego a los labios? ¿Que harías si ya no me gustara hablar contigo a menos de 5 centímetros de distancia o si ya no sonriera como una gilipollas cada vez que giras la cabeza y conviertes cada frase en una pregunta abierta a toda respuesta? ¿Que harías entonces? ¿Dejarías de hablarme? ¿Cambiarías tu tono de voz? ¿Guardarías las distancias? No sé que harías tú, pero yo no te diría que no. No porque sea una de esas personas que se cuelgan de alguien y se obsesionan y no se sueltan, sino porque no me da la gana volver a pasar el tiempo llorando. Yo no lloro por cualquiera. Lloro con facilidad, pero no pro cualquiera, no te confundas. Lloro cuando paso más de cinco minutos seguidos riendo sin a penas poder coger aire, aunque no son muchas las personas que me han viso llorar mientras me río. Tampoco son muchas las personas que me han visto reir mientras lloro. Esas son las que me han visto llorar desconsoladamente, por nervios, por no saber qué coño hacer en ciertas situaciones o, simplemente, porque llorar es a veces lo único que me sale. Siempre me estoy yendo del tema, prométeme ojos verdes que no dejarás de guiñar un ojo cada vez que te rías, y yo prometo no decir no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario