Al principio creyó que era una broma. No podía ser verdad, un año entero había pasado, ese sentimiento que tantas lágrimas le había hecho derramar no podía seguir ahí. No, no era posible; ella misma lo había echado a patadas. Ella era más fuerte que cualquier pensamiento, ¡Tenía que imponerse! No podía permitir que al verlo, volvieran a volar mariposas en su estómago. Ni moscas ni escarabajos, ni ningún insecto que le hiciera cosquillas en la tripa, un buen trago de insecticida iba a acabar siendo lo mejor. Luego pensaba que el insecticida podría hacerle daño en la garganta, que mejor estarse quieta y dejar sus cuerdas vocales intactas y preparadas para gritar bien fuerte cuando esto estuviera preparada que ya lo había superado por completo. Eso mismo, por completo, ese detalle lo fastidiaba todo. Era como un 'quiero y no puedo' que no la dejaba en paz. Ese detalle que impedía que el trabajo quedara bien hecho; ¡Con lo perfeccionista que era ella! Que desfachatez de sentimiento.
Se volvió el gusano mariposa, cansada de volar y no poder.
"Yo soy más fuerte" se repetía una y otra vez. Ya no lloraba, simplemente sonreía como una imbécil; la verdad, sin saber si eso era bueno o malo. A veces se acobardaba y sonreía mostrando todos y cada uno de sus preciosos dientes. Otras sacaba todo el valor de su cuerpo y se ponía seria, echando a fuera toda intención de sonreir o de echarle algún piropo a esa estúpida foto que hacía que perdiera el control. Esta vez era de las de sacar las agallas. Y vaya si las había sacado, las había sacado tan afuera que las había perdido. Y no las encontraba; vaya si buscó, pero no las encontraba. A lo mejor habían ido a parar al fondo del mar, junto con las llaves de su casa que había perdido hacía una semana. Al final, después de mucho buscar las encontró. Las halló en el mismo lugar dónde se escondía ese dichoso sentimiento. Escondido, muy, muy, muy escondido, a penas visible, pero casi inutilizable. Al final estaban sus agallas en el más recóndito rincón de su alma, allá donde podían salir a relucir cuando les viniera en gana, más también allí donde ella no podía cogerlas para llevarlas de nuevo a su lugar de origen, al lugar a donde pertenecían. Fue ahí cuando comprendió que ese sentimiento jugaría al escondite con ella tal y como él había hecho con sus sentimientos. No podría atraparle nunca, o al menos no en mucho tiempo. Tendría que sacar fuerzas de flaqueza y hacer frente a ese problema que le carcomía por dentro de otra manera, una muy diferente a la que había estado usando hasta ese momento. La indiferencia. Tendría que pasar mucho tiempo hasta que ella lo olvidara, más hasta ese momento, no le quedaba otra que aceptar lo que se le venía encima y afrontarlo con valentía, mucha valentía, pero sobre todo con indiferencia.
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