Hoy me han enseñado el fundamento del crujir de las extremidades. He aprendido que sé, aún sin ser consciente, que hay ciertas extremidades que tienen una movilidad definida en un plano y con sus límites, y lo sabía sin saberlo.
De la misma forma que disponía de esa información sin ser consciente, también he sabido siempre que sois -ambos- deplorables. No sé cómo en algún momento he podido compararos con él sin asustarme; supongo que porque encuentro las comparaciones denigrantes. Pero, en este caso, no puedo evitar pensar cómo habría sido con vosotros, qué sería diferente y -de forma inevitable- de qué manera sería mejor; ¿mejor contigo, homófobo camuflado, que escondes el odio (y el miedo) a todo lo diferente y aceptas el sometimiento de todo lo que no es como tú, o mejor contigo, que me habrías llevado de cabeza al vacío hasta consumirme en las dudas y la desconfianza (odio no poder confiar en alguien)? Decidme, quien me habría hecho más feliz; vaya ojo tengo. Mira que han sido años dando vueltas, vueltas diferentes.
A decir verdad, tú me pegaste más fuerte. Te vi con -lo que pensaba que era- transparencia, y me gustó tanto que no me lo creí, pero era todo mentira. En ese momento ya supe que eran líneas rojas, pero te vi tan bueno, tan enamorado de mí, que cómo huir de eso. Siento haberte hecho tanto daño, de verdad que quise quererte como tú me quisiste, pero no puedo aceptar ciertas partes de ti; no es intolerancia, de verdad, pero no te quiero en mi vida si no vas a aceptar como iguales a todos mis amigos. Tú ya me entiendes. Aunque eso no te dio derecho a todo lo que jugaste conmigo, a todo lo que me mareaste y a la montaña rusa en la que me tuviste, no quererte no fue algo que decidiera o hiciera con mala intención.
Pero, para ser sincera, lo tuyo me lo vi venir muchísimo menos. Cuando me di cuenta estaba hasta las cejas y no me quedo otra que reírme y seguir así, riéndome. Qué bien nos lo pasamos siempre, todo el rato, y qué subidón cuando salía la luna eh; qué bien. Cuánta confusión, nunca me había costado tanto ver algo tan claro como verte a ti, fue la primera vez en mi vida en la que me engañé a mí misma para poder seguir jugando. Menos mal que me sinceré con la parte racional que habita en mi cabeza y fuimos cabales en conjunto. A partir de ahí, todo lo que viniera después está de más.
Y ahora, estoy en paz. No hay laberintos, ni ruidos, vueltas, necesidad constante del subidón, no hay ‘craving’. No tengo la relación de drogadicción que podría haber tenido contigo. Tampoco hay sumisión, ni adoración, ni celos, ni preguntas incómodas o sin fundamento; no tengo la constante sensación de deuda de gratitud y agradecimiento que sé que habría tenido contigo. En definitiva, no hay rasgos del clásico -y tóxico- amor romántico.
Ojalá os conocierais.
Ahora vivo en equilibrio. Siento que vivo en una carrera de fondo sin obstáculos y que la marcha es buena, a secas. Los días que voy más lenta, me aparece la energía, y cuando me toca a mí tirar, basta con tender la mano. Ahora vivo en una montaña rusa entre el nivel del mar y las nubes, sin viajes sorpresa al infierno y, sobretodo, sin la dependencia constante de sentir algo. También ahora he descubierto la diferencia entre la adoración y la admiración; ahora me siento admirada e infinitamente valorada, pero no superior, me siento en el mismo plano que él, consciente de lo que puedo llegar a ser y en lo que puedo convertirme y 24/7 apoyada. No me siento presionada a justificar cada acción, ni tengo el miedo de que en cada esquina haya un nuevo motivo de celos disfrazado de preguntas ridículas que no tengo fuerzas -ni motivos- para responder.
Ahora me quieren libre y plena.
Menos mal que llegasteis, menos mal que os vi de verdad.